La fragmentaria incertidumbre surge a repartir
su tormento cotidiano como un revendón cualquiera.
Al que lo quiere y al que no, repartición sin más criterio
que la propia naturaleza del mundo y de la vida.
La dosis diaria recogida en el dolor del no saber
como en copa dorada paliativa.
No puedes engañarme, sé a qué vienes; quién eres,
Se de tu surco inevitable.
No puedes sorprenderme, tomarme desprevenida.
Te conozco como una condición inseparable de la vida,
de mi vida
que se ha estrellado contra la muralla de la falsa certeza.
Pero, no importa, ven, quiero beber mi porción.
Quiero estar viva.
No importa, acércate, no temo tu presencia.
A fuerza de mirarte los ojos de vacío,
de acariciar tu mano ensangrentada,
somos amigas.
No temas. Ven. Ven, que yo seré tu certeza y tú la mía.