¿Y qué hará el girasol
cuando el sol se haya puesto
habiéndose tragado
todas sus explosiones,
y el planeta se enfríe
como un circo desierto
y haya muerto el consuelo
que alienta sus amores?
¿A dónde volverá su rostro iluminado?
¿Para quién bailará su rubia cabellera?
¿A quién arrullará con su garganta de oro?
¿Y dónde encontrará otro sol que lo quiera?
A la hora del alba, cuando llame su nombre
y el sol no le responda,
¿a dónde irá perdido,
girando enloquecido?
Tal vez se arrojará girando locamente
en busca de otros soles.
O pedirá a una luna que enfríe sus ardores.
Tal vez surque el espacio
buscando locamente aquella estrella hermosa
que lo dejó llorando;
o quedará callado, incrédulo, especulando
que su romance fue un sueño de verano,
y que los soles son dioses intocables,
demasiado distantes,
y que los girasoles no pueden alcanzarlos.
O tal vez, en su angustia un sol desesperado
y perdido porque un girasol
se fue tras una luna una noche volando
le pide ser su amante
sin temores ni máscaras,
y el girasol, feliz, bese al nuevo enamorado.
Pero mi girasol
no cree en cuentos de hada.
Y sabe que los soles son de cosecha escasa.
Y llorará en el alba entornado hacia el Este.
Llorará al mediodía hacia el cenit mirando.
Y en las tardes serenas-automáticamente-
mirará hacia el poniente, y mirará llorando.